jueves, 3 de marzo de 2011

3 de marzo: ALBERTO OLMEDO (Homenaje 1#2)




OLMEDO Y LA RISA

Por MEX URTIZBEREA
LA NACION
07-03-2008




“La raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa.”
MARK TWAIN


Cada pueblo tiene su risa, su manera de encontrar cómico lo que puede ser cómico.

Mientras lo trágico es universal, y con mayor o menor intensidad todo el mundo se conmueve o se angustia casi frente a los mismos temas (la muerte, el desamor, el abandono, los desencuentros, el dolor y todos sus sinónimos), cada pueblo se ríe de cosas diferentes.

Hablar de Alberto Olmedo es hablar de la risa argentina: no es seguro que un sueco o un finlandés se hubiesen reído a lo grande con el Yéneral Gonzales, el general de Costa Pobre, y sus estrategias bananeras para ubicar soldaditos y cañones; lo más probable es que un japonés o un canadiense no se hubiesen descostillado a carcajadas con el Manosanta; acaso un marroquí no hubiese encontrado tan gracioso ver al Capitán Piluso cocinando junto a Coquito, con total seriedad, solemnidad incluso, un minichorizo cuya receta consistía en colocar dentro de una media de mujer (de una medibacha, para ser más exactos) pedacitos de distintas comidas, y después cerrarlo con un nudo.

Cada pueblo tiene su risa, su mirada para encontrar gracioso lo que puede ser gracioso.

Cada pueblo se ríe de lo que se ríe, y a veces se ríe de sí mismo, de sus defectos como pueblo.

El “Negro” Olmedo ponía en evidencia al chanta argentino, y allí lo encontrábamos en un sillón haciéndose llamar Borges, junto a su compañero Alvarez, dándose categoría, fingiendo ser lo que no era a fuerza de chamullo; tan argentino como el oficinista Pérez, que con viveza criolla intentaba ganarle el puesto de subgerente a su compañero de oficina.

Cada pueblo es como se ríe.

Y, por momentos, Alberto Olmedo era el argentino que siente la necesidad de transgredir las reglas establecidas, porque no cree en ellas, o porque intuye que hay que ponerlas en tela de juicio para que algo mejor aparezca, y era entonces cuando nos maravillaba a todos los telespectadores, tan fuera de libreto, tan atado a nada, desbordando los decorados e improvisando espacios, provocando un revuelo que trascendía la pantalla y nos acercaba a un caos creativo que valía la pena, porque la irreverencia, si es con talento, abre horizontes, y porque si alguien consigue tener más libertad, todos somos más libres.

De eso nos reíamos los argentinos, en algún rincón de nosotros más libres que antes; a lo mejor estrenamos una risa con Olmedo.

Cada pueblo tiene su risa, su manera de encontrar cómico lo cómico.

Cada risa tiene su cómico.

Cada cómico tiene su pueblo.

Nosotros tuvimos al “Negro” Olmedo.

O lo seguimos teniendo: NADIE HA MUERTO SI HIZO REIR A UN PUEBLO.





Varios fueron los personajes que encarnó: El Capitán Piluso, Rucucu, El Manosanta, Rogelio Roldán, El Dictador de Costa Pobre, El Pitufo, El Psicoanalista, Chiquito Reyes, Álvarez y Borges, El Mucamo Perkins, Pérez, entre otros.
Pero uno de los mejores personajes, por su excelente nivel de improvisación fue el de “Jorge Luis Borges” (sin relación con el escritor).
Este “Borges”, todas las semanas estaba obligado a esperar a que lo atienda el director de un diario, y en esa Sala de Espera se encontraba con “Alvarez” (Javier Portales), quizá el mejor partenaire que tuvo Olmedo, el que siempre le daba el pie justo para sus chistes, ya que el Negro jamás estudiaba sus libretos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario